jueves, 17 de octubre de 2013

La legitimidad del Estado primigenio vendría dada por la existencia de un pacto consentido entre sus integrantes y no por sentimientos de identidad. Sin embargo esta legitimidad de los nacionalismos parte de que supone la representación política de una nacionalidad. Hablamos de pacto y de representación, pero si seguimos a Wallerstein [1979: "El moderno sistema mundial, Vol. 2", Editorial Siglo XXI] este pacto se refiere al que establecen las élites para garantizar su convivencia no competitiva [véase en este mismo blog la nota "El moderno sistema mundial"].

La historiografía se hizo eco de este pacto malentendido como un pacto entre una comunidad, como podría ser la población del Virreinato del Río de la Plata, del de Nueva Granada o de la Capitanía de Chile, entre las élites y el vulgo. Se estudia la historia de ese territorio nacional y de sus gentes como si se tratara de una monolítica comunidad, cuando lo que en realidad se está estudiando es la historia de una administración (en el sentido de Estado) desde el punto de vista de sus élites y de su “desarrollo” económico en un contexto más amplio. Es la consecuencia de asociar la noción de Estado a la noción de nacionalismo.

Volveremos al nacionalismo. Pero hagamos un repaso a esas élites de las que hablábamos antes. Los criollos, las conocidas élites indianas, como terratenientes, se hicieron con el control de las entidades territoriales coloniales.  No nos centraremos en los primeros períodos sino en los estertores finales de este proceso.

Los procesos que se producen son las luchas entre las oligarquías criollas que controlan los territorios, a partir de ahora, administraciones. La oligarquía controla al Estado, crea al Estado, desde el Estado administra el territorio y sus prebendas. Esto confirma el papel de América Latina como periferia del centro, pues el Estado tiene el fin de organizar los territorios para su mejor explotación, que se orienta al centro como productor de materias primas y productos alimenticios y como receptor de importaciones del centro (textiles, productos industriales, etc.).

Hay distintos tipos de oligarquías con diferentes bases económicas, lo cual explica las luchas entre federalismo y centralismo. En estas luchas se dirimía quién controla al Estado, y por tanto quien obtenía mejores prebendas para la explotación del espacio.

Las familias oligarcas participan en el Estado: políticos, eclesiásticos, oficiales del ejército y haciendas de mayorazgo (evitar la dispersión patrimonial).
Es en este marco que el ejército se transforma en un elemento de orden interno: represión de revueltas (desarrollo ferroviario como medio de movilidad) y extensión del modelo económico oligárquico, con la ocupación de territorios indígenas, cuando esto es posible.

Este es panorama que estuvo funcionando. Durante este tiempo el capital inglés fue creciendo en participación en los Estados americanos funcionando de prestamista. Entre 1880 y 1914 hubo un claro dominio de las oligarquías y de las inversiones de capital británico, por lo cual la economía americana tenía un marcado carácter complementario de la economía británica. Sin embargo, a partir de 1916 Inglaterra es sustituida por EEUU y los países americanos se reconvierten a las necesidades de este país.

La I Guerra Mundial ayudó a EEUU trastocando la economía inglesa, fue así como entre 1914 y 1929 las inversiones totales de EEUU en América Latina crecieron un 327% pasando de 1641 millones de dólares a 5369 millones.

La crisis de 1929 supuso una necesidad de cambio, los Estados se volvieron proteccionistas para proteger su dinero, creando industrias de sustitución, textil, maquinaria, etc. Con este fin los Estados subvencionaron a la industria “nacional”: se rompe la alianza con el capital extranjero (ese que importaba productos industriales a cambio de materias primas y alimentos). Para el caso de Argentina la inversión estatal a partir de 1936 y la no importación de material industrial desde el extranjero hicieron crecer un 40% la industria hasta situarla en el 26% del PNB.

Las crisis económicas suponen golpes a los pactos establecidos en los Estados americanos, lo cual genera luchas endémicas en las “administraciones americanas” lo que se conoce como debilidad cuando se habla de un monarca. Las luchas por el poder volvieron a intensificarse. Surgen alianzas con sectores del ejército para tomar el poder frente a enemigos más poderosos, como las clases medias o proletarias. Es un sistema que aparece entre 1910-1930 y supone el fin de los gobiernos de pacto oligárquicos para convertirse en luchas militares.

Los gobiernos militares operaron una transformación del nacionalismo en populismo. Busca impedir la singularidad de clases, el juego de partidos y así poner en peligro el disfrute del poder.  Se trataba así de apaciguar las luchas por el poder entre las élites y al mismo tiempo proteger sus intereses frente al pueblo llano. 

En conclusión. América participa de la economía mundial, produciendo para el sistema capitalista como una ficha más, en la periferia. El Estado en sí no es necesario (no como el Estado fuerte europeo para el control del sistema capitalista), y por tanto es débil y fue mediatizado por las élites americanas, que, a fin de cuentas, no dejaban de ser clientes de poderes mayores. El Estado americano era, pues, un marco jurídico en el cual las élites se movían para explotar sus latifundios.
Obviamente no es la única América, queda la América de los que se enriquecían del Estado, la América que daba dividendos en bolsa, entre muchas otras más humanas, pero es la que marca el ritmo de la vida de la gente común, y por tanto, la que más pesa. 
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